No
le importaba Raúl Neder; sin embargo, era necesario que buscara fuerzas para
defender sus ideas y sentimientos frente a lo impredecible. Sacó del armario
una antigua caja de bizcochos de Reims, en la que tenía la costumbre de guardar
las cartas, y al abrirla se escapó un olor a humedad y rosas marchitas. En el
fondo oculto entre los papeles de su madre, que nunca había mirado, había un
objeto, una miniatura; parecía ser un colgante indígena pintado a mano. Estaba
entre el revoltijo, mezclado con un antifaz, horquillas, mechones de pelo y un
papel amarillo que decía con una letra de infante: “nunca te olvidaré”. Nada
más.
“Qué
mal que escribía papá”, pensó Felicitas al instante.
*
BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados
*
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