El jardín se poblaba de poetas y de lectores.
Las magias mostraban su belleza interior cuando una palabra se apropiaba de las páginas. Volaban los intentos por descubrir ficciones y el mundo, el presente y hasta el futuro, se glorificaban.
Era el edén, el que salva y resucita, el que muestra el verdadero rostro de las virtudes. Ellos buscaban un lugar en el verde, junto a la pila de libros y en el olor a café, porque eran capaces de entregarlo todo para sobrevivir.
El poeta Eduardo no faltaba nunca a la cita de los encuentros.
Se sentaba mirando la puerta del cuarto de Felicitas. Ella no asistía siempre; a veces, se sentía desganada y no tenía deseos de hablar con nadie. Él la esperaba...
(fragmento)
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