1-LA MADUREZ DE
MILAGROS CORREA VIALE
Argentina-1916
La capilla de Santa Felicitas, en Barracas, fue construida en el año 1879 por los padres de Felicitas Guerrero. Tiene dos esculturas de mármol de Carrara: una de Felicitas y su hijo y otra del yerno, Marín Gregorio de Álzaga.
La gente mira de lejos ese mundo tortuoso y angelado; nadie quiere pisar los umbrales de la capilla para casarse o para rezar. Es que trae el recuerdo de los hechos más dolorosos de la Argentina de aquella época, que todavía son no solamente comentados sino revividos en cada casa, aristocrática o no, de la época.
Reliquias de una vida luminosa.
Felicitas, la más bella de la Argentina.
Y su final…
Milagros Correa Viale se acercó a las rejas y vio de lejos, en las alturas, algunos zorzales envueltos en una neblina, bajo ese manto inmaculado de sonrisas y de llantos. ¡Cuánta historia de vida demolida! Como la de ella que sólo era suspiros. Uno atrás de otro.
Milagros era una mujer grande, pero alguna vez tuvo las ilusiones a flor de piel, el amor que le brotaba igual que un manantial y los deseos de ser feliz. Casi nada la estimulaba. Llevaba una melancolía almibarada por la sonrisa de su nieto. No se obstinaba en replantearse los enigmas de los segundos que pasaban por el recuerdo de alguna diadema. Quería terminar su vida en el cuarto desierto. El niño corría y en su alegría llevaba fábulas que ella misma le narraba, con palabras quebradas que rozaban el casticismo.
Milagros pensó en sus orígenes: la tierra húmeda de ese suelo histórico, los pozos de balde y el militar Aurelio Correa Viale.
De niña, supo ir con su padre a la casa de Felicitas Guerrero, hija del matrimonio de Carlos José Guerrero y de Felicitas Cueto y Montes de Oca.
A los dieciséis años, se casó con Martín de Álzaba, sobrino nieto del célebre caballero español fusilado en los acontecimientos que siguieron a la Revolución de Mayo.
−No quiero casarme, él es mucho mayor que yo.
−Qué tiene que ver la edad. Cincuenta y un años no es nada.
−Yo tengo dieciséis, padre.
−Él es un gran hombre, de dinero; posee tierras y riquezas.
−¿Y eso qué tiene que ver?
Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto, popularmente conocida como Felicitas Guerrero, fue una adinerada dama porteña, considerada en su época como la mujer más bella de la República Argentina.
***
Milagros tenía diez años por aquel tiempo.
Solía recorrer los salones de la amplia casona, sus torres; tenían olor a claustro y le causaban temblores, pero la torturaban más los murmullos y los pasos. De improviso, sentía aroma de fogata, y el perfume de las huertas se mezclaba con los encajes que parecían cargados de nostalgias.
Milagros Correa Viale era una joven, igual que Felicitas, de una elevada clase social, pero entrar a la residencia de Carlos José Guerrero era otra cosa.
El sol se escondió y un halo de sombras, susurros de palomas, y lamento de murciélagos, se adueñaron de la ciudad. Las lámparas estaban encendidas. Alguien rezaba e iba de un lado a otro de las habitaciones.
−Nos vamos –dijo don Aurelio y saludó con la mano a Carlos Guerrero y se quitó el sombrero para despedirse de su esposa.
−Ya es casi una señorita –dijo la señora Guerrero y le tocó la cabeza a Milagros.
−Sí, ya tengo que ir pensando en ciertas cosas. Usted me entiende… −digo por lo del casamiento de su hija con Martín de Álzaga.
−Hay que estar atentos.
−Adiós.
Milagros no entendía mucho esa conversación delirante. Para ella el casamiento era una bendición de Dios, muy romántica, mágica, y soñada. Para los otros parecía ser un trámite. Así lo entendió al pasar, como niña que era, pero inteligente. Ese mundo la hacía ver sombras, sospechar de negocios oscuros. Muchas veces se quedaba arriba del carruaje cuando don Aurelio, su padre, los visitaba. Entraba y salía rápido, en menos de media hora. Eso bastaba.
−Qué bonita es Felicitas, ¿no? –le preguntó a su padre que parecía preocupado y ocupado en otra cosa.
−Sí, muy bella, por eso hay que protegerla.
−¿De qué?
−De los que buscan dinero ajeno para su “propia cosecha”.
Milagros no entendía nada de cosechas y de sembrados. ¿Qué había querido decir?
*