Milagros no entendía mucho esa conversación delirante. Para ella el casamiento era una bendición de Dios, muy romántica, mágica, y soñada. Para los otros parecía ser un trámite. Así lo entendió al pasar, como niña que era, pero inteligente. Ese mundo la hacía ver sombras, sospechar de negocios oscuros. Muchas veces se quedaba arriba del carruaje cuando don Aurelio, su padre, los visitaba. Entraba y salía rápido, en menos de media hora. Eso bastaba.
(Fragmento)
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SOLA
La tímida valentía de crecer.