Sentada junto a su máquina de coser a pedal, la abuela unía trozos de tela mientras observaba, por la ventana, el día gris.
Recordaba sus años de juventud mientras hilaba y sentía que el invierno había llegado a su vida para quedarse.
‒¿Por qué te ríes, abuela? Eres pícara, ¿eh?
‒Me estoy riendo del frío porque con esta colcha que estoy cosiendo voy a estar abrigada como un oso. Con estas telas viejas estoy armando mi historia: una cortina que usé en mi cumpleaños, una sábana de cuando era adolescente, un retazo del traje del abuelo, manteles y servilletas, vestidos de verano de mi madre llenos de flores…
‒Abuela, tú tendrías que escribir un libro de memorias para contar la historia de esos trapitos de vida.
‒¿Un libro?
Allí estaba, pensó la abuela, cada pedacito de cielo era un recuerdo, un mundo enorme de vivencias acumuladas de años de felicidad.
No tendría frío nunca más porque se abrigaría con el amor que cada retazo de tela le entregaba como ofrenda al tiempo vivido.
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Los objetos son parte de nosotros
y nos traen el amor
y los recuerdos
de las personas que nos amaron.