En aquel huerto que albergaba las flores y los frutos siguen creciendo los ecos y las risas, los juegos de Nina con sus gatos entre las mariposas, palomas y colibríes.
Es el viaje alucinante de la vida.
Alguien inventa palabras y recoge silencios, busca soles y duerme bajo la lluvia. A los rulos de la tía Catalina se los llevó el viento con sus abanicos y perfumes.
−¡Nena!−se oye a la distancia.
Un trébol aparece junto al muro en el brillo de sus hojas y el patio es un océano de vida. El tiempo, sus ojos, las manos de Alicia y sus pétalos chinos, la inocencia y los protagonistas, son fruto de horas compartidas, de regresos y de partidas.
Ese mar aparece al fondo junto al espantapájaros y su mariposa virgen; es memoria de arena, naufragio que trae estrellas a descansar bajo los paraísos abuelos.
Nina ya es grande, pero tiene la mirada de la infancia. La casa es de colores y su sonrisa está llena de música.