Una humareda avanzaba entre las cumbres nevadas. Se escuchaba un zumbido ahogado que asestaba sus armas de fuego y estrechaba conductos. Era un tren sin brida, hostigado por alguna brújula, que hincaba sus ruedas en las espinas y las piedras.
Con lentitud se aproximaba hacia el puente, en un acto jactancioso de arcano vagabundo frente a las fronteras privadas de gobierno. Hablar de ello era evocar la figura de Ana Bolena en el filo y los espacios de la Torre de Londres, soñar con espíritus del octavo coro o dejar escrita su doctrina de célebre filósofo.
No estaba vestido de arlequín, era una masa de color pardo que cruzaba los campos como caballo montaraz. Tal vez hubiera querido echar raíces y dejar allí sus vicios, virtudes o costumbres pero lo impulsaba un poder irresistible, casi un dictamen. Frente al murmullo de las palomas y las tórtolas, ya sin articular sonido, marchaba hacia Casandra a ejecutar su último delito.
Quiso atemperar las horas y cortar los lazos de ese adiós cortesano que le daba fuerzas en vez de debilitarlo y lo empujaba con violencia, pero quedó mutilado.
Con su ascetismo de peregrino, finalmente, sembró su silencio en las aguas imantadas y el deseo de travesear en el espacio sideral...
Luján Fraix
Relato publicado en el diario "LA PRENSA" de Buenos Aires-Argentina.
Está inspirado en la película:
EL PUENTE DE CASANDRA (1976)