La inspiración de mi bisabuela comenzó a nacer
en mi cuerpo menudo
que pedía a gritos libertad
aunque solamente necesitaba papel y lápiz.
Comencé a escribir mis primeros cuentos de hadas a los 8 años.
Había leído mucho y soñaba...
Vivía en una quimera total en la que mezclaba dragones con príncipes
y doncellas ocultas en una flor,
castillos con puentes levadizos y cocodrilos al acecho,
fantasmas en torreones y brujitas peleadoras,
leyendas y madrinas buenas,
hechiceras de narices largas
y brebajes olorosos...
¡Cómo podía hacer para no imaginar tanto!
Mamá estaba ocupada y me dejaba sola en la habitación.
Confeccionaba títeres y hablaba con las muñecas
que se sacrificaban a mis continuos baños, costuras
y cortes de pelo...
Luego me iba con mi "clan" de nueve amigas
y no volvía hasta la noche
porque nos entreteníamos con los juegos de teatro,
construyendo carpas de indios con comida incluida,
organizábamos comparsas vestidas con tules y lentejuelas
y, ya cansadas,
veíamos por la televisión
una novela que se llamaba
"Amar al Ladrón".
Me gustaba estar en la calle, parecía ser muy sociable;
sin embargo,
jamás festejaba el cumpleaños
y si me invitaban a asistir a alguno me encaprichaba
porque me daba vergüenza encontrarme con chicos
que no fueran mis amigos.
Quería ir a lugares serios,
sin bulla ni risas,
aunque con mis compañeras era lo que se llama
"lider", porque ellas no hacían nada
sin mi consentimiento.
Yo no las obligaba,
ellas me seguían...
Luján Fraix