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Channel: Luján Fraix
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"La Dama que llora..." (cap I-parte III)

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Rosaura cubierta de encajes antiguos traídos de Florencia, agitaba sus piernitas que quedaban suspendidas en el aire. Entre los marcos ovales de los retratos había un mágico acuerdo modelado por algún alfarero alucinado. La habitación era humilde pintada con cal, el piso de madera opaco y las ventanas con postigones que se abrían al exterior y dejaban traspasar pequeños fragmentos de sol. El tío Agustín tocaba el acordeón en el patio trasero con el traje viejo y el olor a humo de los motores de las cosechadoras.

Magdalena, la mamá, era gorda y arbitraria como su padre; siempre daba órdenes. En ocasiones y ante posibles enemigos que se acercaban a la granja, Magdalena salía a la intemperie con una escopeta y tiraba tiros al aire para que los ladrones huyeran del distrito. Era brava igual que sus hermanas porque sabía que en épocas de hostilidades había que defenderse sola y hacer justicia por mano propia.
-¡Ellos o nosotros!-solía decir cuando Juan, su marido, la miraba como quien ve a un insano que no sabe qué camino tomar y elige el menos indicado.
-¡Miedoso, hombre tenía que ser!.

Juan Waner era una persona sumisa, un alemán de pocas palabras, que no intervenía en los asuntos cotidianos. Iba al campo en tiempos de cosechas y criaba la hacienda que era la suficiente como para vivir con dignidad. Sabía muy bien cómo retener las horas que se quedaban suspendidas cuando se sentaba en la vieja silla a mirar el horizonte con un mortero de palo en las manos.  Nadie podía imaginar qué pensaba por esos años porque era muy introvertido; una persona resignada a una vida prestada, sin ambiciones ni egoísmos. Juan era bueno hasta la médula e incapaz de ofender o de preocupar a alguien de su familia, pero también era tan solitario que irritaba a Magdalena. Ella, en cambio, gritaba para ahuyentar la presencia desnuda de las penas que alborotaban los calderos, en las vertientes, frente al susurro germinal de las siestas.

-¡Es que si no te quejas parece que no te importa!.
-Mujer, no rezongues por lo que no tiene solución. No llueve… Ya sabes la naturaleza manda, si el gobierno no ayuda a los campesinos nada se puede hacer…
-Te resignas tan fácil.
-Ésta es nuestra vida y hay que aceptarla porque te lleva sola.


Magdalena era rebelde y no aceptaba la pobreza; quería progresar, arreglar la casa que estaba descolorida, colocar unas cañerías nuevas, comprar algún auto… En el patio trasero donde el tío Agustín tocaba el acordeón, Magdalena criaba gallinas y luego vendía los huevos en el pueblo. 
El dinero lo colocaba en un frasco de vidrio y lo enterraba en el piso de tierra del galpón de las herramientas, justo debajo de un carro de lechero. Ella tenía miedo que llegaran los ladrones a robarle el fruto de su sacrificio, ese pequeño aporte que no alcanzaba para nada porque no había tregua para el consumo diario. Había que remontar hasta la cima todos los días, sin parpadear, con el fugitivo deseo de regresar del desengaño para hermanarse con el mundo.
Continuará



Fragmento del primer capítulo (parte III) de mi novela:

"La Dama que llora..."

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