Mi infancia fue la época más feliz de mi vida.
La tía Catalina, con sus ojos color del cielo,
me leía cuentos.
Yo era tan pequeña que sólo observaba sus ojos,
maravillada por el relato.
Más tarde, descubrí el mundo...
El tiempo se desdibujaba..., el reloj no existía
y las veredas de aquellos estíos que,
entre la enramada,
enlazaban sus tramas
me envolvían en guerra de indios y carpas,
comparsas coloridas,
viajes a países de princesas etéreas
con libros y poemas.
En aquellas jornadas de modista,
criando a bebés de felpa,
me abrazaba a mi gato negro
que acariciaba los almohadones
con el ejercicio "mamá mamá"
y yo fingía que lloraba
para que él,
desesperado,
me prestara atención.
No tenía idea de las horas
y de la finitud de la vida...
porque era muy feliz.
El recuerdo de aquellos días
me trae en la perfección de los momentos
a una realidad diferente,
pero me quedan sus huellas,
las fotografías y el culto a la amistad.
A mis amigas de la infancia:
María Elisa, Carlota, Stella, María Teresa,
Laura, Marcela, Silviana, Graciela y Alicia
les digo ¡Gracias!
por haberlas conocido.