Aprovechando que se acerca el 25 de mayo,
una de nuestras fechas patrias más importantes:
La Revolución de Mayo
quiero dedicar un minuto a todo ese caudal de inquietudes
que tuve desde que nací...
Recuerdo aquellos lejanos días...
Solía esperar, ansiosa, la llegada de las Fiestas Patrias.
-¡Hace mucho frío!.-decía mi mamá.
Yo, cautivada por un deseo ferviente de patriotismo,
no la escuchaba...
Me vestía con el uniforme escolar:
jumper color azul,
corbata roja y camisa blanca,
saco azul,
medias tres cuarto y zapatos,
como no podía ser de otra manera,
de charol con una hebilla enorme a un costado.
Tenía el pelo largo hasta la cintura,
entonces me ataba una media cola
con un flequillo que me tapaba los ojos.
La plaza Colón de mi ciudad por donde pasábamos desfilando
todas las escuelas frente a la iglesia
"Nuestra Señora del Pilar"
-Para qué el moño si llevas la boina encima!
-Porque si me saco la boina se ve el moño.-decía yo
que no dejaba de pensar en la jornada maravillosa que llegaba
para poder usar aquel traje mágico
que me convertía en princesa con guantes blancos.
Me iba sola
por aquellas veredas de ladrillos colorados
repletas de pasos agigantados
por un otoño que asomaba sus ojos.
Me sentía un ser mayor, omnipotente,
que no necesitaba de nadie.
Después, en el desfile por la avenida Belgrano,
frente a la plaza Colón,
junto con mi colegio y en primera fila,
creía ser la estrella
que brillaba en su propia marquesina.
Una especie de Presidente de la Nación,
orgullosa,
como si todo el mundo hubiera aplaudido mi paso
que se engrandecía con cada gesto,
en aquella bandera que flameaba,
en el amor por mi escuela...
Siempre me gustó destacarme en algo
que tuviera que ver con el intelecto
y tratar de dar lo mejor en cada disciplina.
Era muy perfeccionista.
Una niña
que necesitaba ser grande
en un universo de infantes.
A mis compañeritos
los miraba de lejos
(no con soberbia, no...), me sentía diferente.
Mi memoria estaba demasiado atiborrada de conocimientos,
historias, libros, imágenes y consejos...
con toda la soledad de mi madurez.
Luján Fraix