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Un té con "Las Damas"

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Este té del martes lo voy a compartir con ustedes
a quienes quiero mucho
y con unos seres muy especiales
que formaron parte de mi vida
y a quienes decidí llamar
"Las Damas".

Esta publicación no es nueva,
no tuve tiempo de preparar el té hoy por eso quise traerles esta entrada que cumple 2 años; es una de las primeras. Como los lectores se renuevan... espero que la compartan como siempre.


Para ello elegí la taza "Princesa",
la más bella que tengo:
Royal Albert England,
Old Country Roses.


"Las Damas"
eran mis tías abuelas
que durante mi infancia llenaron de glamour
mi casa.


Eran siete.
Tres de ellas se casaron
y las otras se quedaron solteras.


De ellas recibía sus mimos y abrazos fríos,
como al pasar...
porque eran especiales:
damas de alta sociedad, adineradas,
coquetas, bellas...
pero distantes y esquivas.


Podían llegar a ser muy solidarias
pero no dejaban de enjuiciar a las personas,
buscar sus defectos,
y llenar de culpas
a quien, generosamente, les daba hospitalidad.


Eran difíciles pero compañeras,
soberbias pero respetuosas...
muy virginales.
Algunas de ellas nunca tuvieron novio
y fallecieron casi en soledad
asistidas por enfermeras
y por las sobrinas
que les dieron amor.


Mi bisabuelo José, el padre,
era un hombre austero,
de gran carácter
y esa manera de gobernar su familia
hizo eco en aquellas mujercitas
que se transformaron en su espejo.


Hoy quiero recordar sus perfumes de jazmines,
los vestidos blancos,
y ese aire de princesas con collares de perlas
y guantes.


Ellas se sentían omnipotentes,
eran "Las Damas"
a quienes el pueblo observaba...


detrás de sus glorietas de marfil,
en aquellos jardines estrellados
de cuentos de doncellas, 
prisioneras de una sociedad inventada.


La niña del retrato soy yo a los seis meses.



"Las Damas"
no fueron felices,
necesitaban humildad...
Tal vez no conocían ni siquiera la palabra,
pero aun así eran queridas
por su familia.
Es que no miraban sus defectos.

Yo las recuerdo con cariño
porque en el ir y venir de aquellos días,
alguna me leía cuentos,
otra me regalaba chocolates, juguetes
y vestidos
y yo me sentía tan reina como ellas.

Nada sabía de sus tristes corazones.


En mi cuna alba
agitaba mis manos pequeñas
frente a las damas finas
que llegaban de la gran ciudad.
Sabían de secretos y de lágrimas.
Eran solteras sin remedio
porque el tiempo
les había quitado la luz.
Con perfumes de Cocó Chanel
y aires de princesas
tenían el alma desierta.

Luján 2014





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