El hombre se elevó de repente. Desesperado se tomó de un tronco y el tronco también voló. En el aire se prendió del ala de una garza que atravesó una nube llena de agua. El hombre navegó en su madero, con el ave como timonel. Entonces un trueno rasgó el vientre de la nube y él comenzó a descender en los flecos de la lluvia. El viento escupió un ciclón, que con fuerza enterró al hombre en el suelo lodoso.
Cuando quiso salir no pudo. Sus piernas eran el mismo tronco, su cabeza estaba llena de hojas, sus brazos eran ramales donde el ave oteaba el horizonte y sus pies se alargaban como raíces. Pero él estaba contento de ser árbol y no ser hombre.
Si era hombre tendría tal vez que volver a volar tecnificado, como una máquina, en un mundo de máquinas y motores. Mas él no era una máquina y en vez de motores prefería un corazón... aunque fuera un corazón de árbol.
María Lydia Torti