“El amor crece con los años y cada uno ejerce la custodia del otro, sin presiones y con todos los riesgos”, pensó Juan con la mirada extraviada entre las matas porque veía que algo se movía… Era Juan José que había construido, en la maleza, una especie de huta para aguardar a las liebres que pasaban por el camino ancho y echarle los perros.
Su padre, al verlo alborotar los pastizales, comenzó a reírse pues le daba gracia la ocurrencia de aquella “cosa” que removía la tierra.
-Que sea feliz.-dijo como si en la casa se librara la guerra contra la esclavitud.
Como viento impetuoso que gira en grandes círculos y a modo de torbellino, se acercaba José Shalli e Isabel. Venían por el camino polvoriento barrido por el fuego de los payadores y por el juramento de los chacareros. Los abuelos llegaban a desbaratar la paz con una palabra, con todos los esquemas establecidos y una sola identidad.
-¡Están de vuelta!-dijo Magdalena enojada desde la cocina entre las verduras y legumbres, con las manos húmedas y el delantal a medio camino.
Juan escapó por la puerta de atrás porque no soportaba las ínfulas de su suegro que lo hostigaba con sus ojos. Se sentía desnudo cuando esa mirada se posaba en su cuerpo enjuto.
-Cuándo voy a llegar a una fonda lujosa.
-Nunca, papá, deje de atormentarme, quiere…
-¿Hay que pagar para estar de huésped?.
-Por favor…,¿Qué necesitan?.
Rosaura corrió a subirse a la falda de su abuela Isabel como tratando de buscar abrigo en ese cuerpo voluptuoso y embriagador. Era bueno tener un refugio seguro con la pureza y la figura agigantada de una madre.
La hornacina ardía con su fuego intenso igual que el corazón de Magdalena que estaba a punto de estallar de ira ante los ásperos gestos de su padre. Esa voz prohibida entonaba las sílabas de manera brusca y catedrática.
-Vamos a llevar a Rosaura al pueblo para que se alimente bien.
-Esto es el colmo del absurdo. La niña se queda con sus padres. ¡A quién se le puede ocurrir!.
-No ves que está temblando…-dijo Isabel que sostenía a Rosaura acurrucada en su regazo.
-¡Se queda acá!-gritó Magdalena harta de soportar a su padre y su manera despectiva de tratar a su familia.
Continuará
Fragmento del segundo capítulo
de mi novela:
"La Dama que llora..."