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Channel: Luján Fraix
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"La Dama que llora..."

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La niña rubia de ojos transparentes quería saber  cómo los espíritus inmortales huían de los cuerpos y podían ascender a grandes alturas sólo para observar los pasos de los seres amados. Ella no entendía de religiones pero llevaba una medallita muy pequeña de la Virgen de Luján. La estampa la acercaba al secreto de la fe con una ilusión casi desgarradora.

-¡Rosaura ven acá!-le gritaba Magdalena.
-Trátala con más dulzura, no ves que es pequeña.-le contestaba Juan con un hilo de voz.
Juan José era muy apegado a su madre, aunque parecía algo díscolo y solitario como Juan. Casi no hablaba y se iba al campo a cazar palomas y liebres; en los terrenos lindantes, frente a los cercos de cinacina, pastaban las vacas y él las observaba, pero esos animales le producían pensamientos tristes y melancólicos. Tal vez, estaba celoso de Rosaura porque atraía toda la atención; sin embargo, Magdalena no la protegía tanto. Seguramente, la amaba pero se mostraba distante con la niña que no pedía nada porque, con sus tres años, ya se daba cuenta de que no debía esperar mucho de su madre. La veía obsesionada, como si arañara una ilusión con perfume a incienso y a hojas de retamas.

Magdalena ejercía la autoridad moral y no escuchaba consejos porque se sentía superior; era una persona omnipotente que creía que todo lo hacía bien y despertaba rencores en los demás. Era dispersa, nerviosa, fría… Su familia la consideraba demasiado soberbia y autoritaria; en definitiva, era como su padre José Shalli. Lo que nadie podía explicar era el hecho de haberse casado con un hombre sumiso, manso y sin doctrinas estables. Juan vivía fracturado por la obligación y la timidez, con un destino único e indisoluble.

-Voy a hacer un guiso de lentejas con panceta y morcillas.
-¡Otra vez!.
-Déjame en paz.
-El médico te dijo que trates de comer liviano por el hígado-comentó Juan cansado de las descomposturas de Magdalena.

Ella se ponía a preparar la cena sin escuchar, como era su costumbre, los reclamos de su esposo que ya no sabía qué hacer con la terquedad de Magdalena. Por momentos pensaba qué los unía en el matrimonio, por otros sentía que nada los separaba. Estaban acostumbrados a estar juntos sin esperar respuestas, con la pálida alegría de las presencias y la seguridad de pisar suelo firme.
Continuará


Fragmento 
del segundo capítulo
 de mi novela:
"La Dama que llora..."
IBSN: Internet Blog Serial Number 16-11-1923-24


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