LA EDAD DE LA INOCENCIA
Como se acerca el invierno en el hemisferio sur,
hoy pensé en compartir el té desde uno de los lugares más bellos
de Argentina.
El que nos trae recuerdos de adolescencia,
de nuestro viaje de estudios
y de aquel presente que parecía eterno...
Bariloche (argentina) es el destino con el que sueñan los estudiantes cuando terminan la secundaria. Para muchos es su primera vez en el sur, pero no la última. Sus paisajes, el encanto de ser una ciudad con ambiente de pueblo y la adorable levedad de la adolescencia hacen que su recuerdo sea para siempre.
Ese sueño, ese repiqueteo impensante de tambores, el brillo de los haces de luz que se hacían añicos contra la esfera de los espejos que daba vueltas y vueltas en el aire... las montañas heladas, el cielo protector... eso fue, es y será Bariloche. Aunque hayan pasado mil años y no haya nada que festejar.
Hay que volver al pueblo como todavía llaman los lugareños a Bariloche, dejarse tentar por los chocolates que ofrecen las tradicionales fábricas artesanales de la región, para darse cuenta cuánto ha cambiado todo y cómo aquello que resultó deslumbrante la primera vez sigue siéndolo, acaso más ahora que la excitación de la juventud, el más divino de los tesoros, quedó atrás.
Los paisajes de Bariloche no se repiten,
no importa cuántas veces se haya ido a la ciudad.
Frente a los ojos siempre hay colores nuevos, formas que por la noche
son amarillas, marrones, verde musgo
y por la mañana, después de una silenciosa nevada,
son blancas.
Son maravillosos los paisajes de ensueño
que se ven desde la ladera del cerro.
Las vivencias, ese vértigo de noches y días sin descansos, sin sueño, quedarán grabados en su memoria para cuando vuelvan.
Y volverán.
Yo no fui por aquellas épocas al viaje de estudio a Bariloche
como todos mis compañeros,
me quedé porque sentía que aturdirme con aquello
no iba a compensar las horas de vacíos
que sufrí en mis años escolares.
Tenía pocas amigas
y ellas tampoco fueron...
EL EDÉN PERDIDO
Abrí mis ojos
y una luz con destellos mágicos
inundó mis entrañas.
El cielo diáfano
cubrió cálidamente mis párpados
y la brisa sin movimiento
sonó dentro de mi corazón.
Engañosa ilusión
que nubló mis ojos...
ante tu luminosa figura
mientras los corazones esperaban
vivir esa sabia sensación de plenitud
entre ficción y realidad.
No sé adónde conduce la razón
que ondea soberana
tras la nitidez del gesto,
que transforma en hechizo las palabras.
Es como un invierno de luces,
como un copo de nieve blanca...
como el clímax del amor intenso
que vive en el fondo mismo de la entraña.
Con frenesí trato de escapar
pero quedo acorralada por tu fuego,
entre la niebla de mis ideas
y la fascinación, casi obsesiva,
de mis ensueños.
Poema que escribí en mi adolescencia.
Fotografía de mi graduación junto a la Hermana Directora
María del Carmen, el cura párroco Daniel
y el profesor de música.