Conocida popularmente como "Juana de América" fue una poeta uruguaya. El 10 de agosto de 1929 recibió en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo el título de "Juana de América" de la mano de Juan Zorrilla de San Martín y de una multitud de poetas y personalidades.
Su nombre era Juana Fernández Morales, pero se hizo conocida como Juana de Ibarbourou tomando el apellido de su marido, el capitán Lucas Ibarbourou con quien se casó a los 20 años.
La primera residencia en Montevideo estaba ubicada en un solar de la calle Asilo Nº 50. Allí vivió entre 1818 y 1921 y escribió sus 3 libros : "Las lenguas de diamante", "El cántaro fresco" y "Raíz salvaje".
El 3 de octubre de 1947 fue elegida para ocupar un sillón en la Academia Nacional de Letras.
En 1950 fue designada para presidir la Sociedad Uruguaya de Escritores.
Cinco años más tarde, fue premiada en el Instituto de cultura Hispánica de Madrid por su obra.
En 1959 se le concedió el gran Premio Nacional de Literatura.
Gabriela Mistral, Alfonsina Storni y Juana de Ibarbourou
Sin embargo, no todo fue felicidad en su vida.
Fue víctima de la violencia de su marido y de su hijo.
El marido gastaba su dinero en lujos que para Juana no tenían sentido.
Ella, sumida en la tristeza,
comenzó a inyectarse pequeñas dosis de morfina.
En esa época la morfina se compraba sin ningún tipo de restricción,
la empleada de la casa la buscaba en la farmacia.
Todo el reconocimiento como escritora lo obtuvo antes de los 30 años.
El resto de su vida lo pasó encerrada en su casa,
observando el mundo a través de una ventana.
***
Al periodista Diego Fischer siempre le intrigó la vida de Juana de Ibarbourou,
pero su curiosidad se acrecentó más
luego de que llegara a sus manos una carta de la poetisa
dirigida a un médico donde revelaba su romance prohibido
con un hombre casado con hijos y 20 años menor que ella.
Con Federico García Lorca
EL POZO
Asiento de musgo florido
sobre el viejo brocal derruido.
Sitio que elegimos para hablar de amor,
bajo el enorme paraíso en flor.
¡Ay, pobre del agua que del fondo mira,
tal vez envidiosa, quizá dolorida!.
¡Tan triste la pobre, tan muda, tan quieta
bajo esta nerviosa ramazón violeta!
-Vámonos. No quiero que el agua nos vea
cuando me acaricies. Tal vez eso sea
darle una tortura. ¿Quién la ama a ella?
-¡Tonta!. Si de noche la besa una estrella.
Juana de Ibarbourou.