Frente
al mutismo del ambiente donde sólo se oía el ritmo del reloj, Tomasa soñó con
un patio interminable rodeado de nieblas como si fuera el paraíso y una puerta
al final donde ella quería llegar para salir a la luz porque las cenizas la
cubrían y le nublaban los ojos hasta que quedó ciega. Cuando ya no vio nada, se
sentó en el piso. Pensó que allí, detrás de esa puerta, se hallaba el sol, pero
sólo encontró una noche cerrada.
Se
despertó angustiada de ese sueño raro.
Miró
el reloj: las tres de la mañana. Era temprano para levantarse. Julia no la
obligaba a madrugar.
“¿Habrá
vuelto?”, pensó.
El
silencio era contudente.
“Las grandes elevaciones
del alma no son posibles sino en la soledad y en el silencio”.
Arturo Graf
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