El funeral de Enrique VIII se realizó en St George, Windsor y luego fue llevado por grandes hombres, por lo pesado del ataúd, a descansar en la tumba de su amada reina Juana Seymour.
En el meandro de Hampton Court el monarca dejó sus trampas, el crujir de los muebles, el exquisito refinamiento y la paz de su ausencia. Los ciudadanos eran libres para proclamar a Eduardo VI con el son de las trompetas y ver a una reina emancipada, digna e inteligente.
Enrique ya desde el comienzo rechazó el amor de Dios. No tuvo interés por la comunión con él. Quiso construir un reino en este mundo y prescindir del Hacedor. En vez de querer al Altísimo, adoró ídolos, las obras de sus manos, se amó a sí mismo. Por eso el hombre se desgarró interiormente. Entraron en el planeta el mal, la muerte y la violencia, el odio y el miedo. Se destruyó la convivencia paterna. Roto así por el pecado del eje primordial que sujetó a los humanos al dominio amoroso del Padre, brotaron todas las esclavitudes.
Cada uno pensó mucho y quiso poner fin a tanto silencio porque todavía se podían liberar las ideas. Catalina Parr pudo sobrevivir. De no haber muerto el rey, ella hubiera sido la próxima víctima.
En los jardines, Isabel Law pudo ver que por la puerta de los escribientes salían los ancianos vaciados del Viernes Santo, los herejes que iban a ser crucificados; escuchó ruidos de cadenas y de hierros, los heridos cruzaban la aldea, el encapuchado del corcel y el del hacha manchada con sangre… Todos se retiraban como si hubiera terminado la ceremonia para siempre. Muy atrás, casi oculto entre las sombras de la noche, Auguste Deux agitaba su mano que se soltaba de su cuerpo igual que un eslabón.
Las esposas de Enrique VIII no estaban allí para vilipendiar sus leyes antinaturales porque no querían enlodar sus imágenes de cautivas y sacrificadas.
La ausencia dignificaba el paso por los claustros sombríos y enmudecía al más sabio adivino.
______Enrique VIII, Ana Bolena, Catalina de Aragón, las ejecuciones por presunto adulterio, Isabel I.