María Luisa de Austria (Marie-Louise d'Autriche) (Viena, 12 de diciembre de 1791 - Parma, 17 de diciembre de 1847), hija del emperador Francisco I de Austria y su esposa, la princesa María Teresa de las Dos Sicilias (1772-1807).
Fue la mayor de los hijos del emperador Francisco I de Austria. María Luisa creció durante un período de conflicto continuo entre Austria y la Francia revolucionaria. Una serie de derrotas militares a manos de Napoleón Bonaparte habían provocado un alto costo humano en Austria. El final de la guerra de la Quinta Coalición resultó en el matrimonio de Napoleón y María Luisa en 1810, que marcó el comienzo de un breve periodo de paz y amistad entre Austria y el Imperio francés. María Luisa, obedientemente, aceptó el matrimonio a pesar del gran desprecio que sentía hacia Francia. Fue una esposa obediente y adorada por Napoleón, ansioso por casarse con un miembro de una de las principales casas reales de Europa para consolidar su imperio relativamente joven. Dio a luz un hijo que brevemente le sucedió como Napoleón II.
La fortuna de Napoleón comenzó a cambiar dramáticamente en 1812 después de su fallida invasión a Rusia. Las potencias europeas, entre ellas Austria, reanudaron las hostilidades contra Francia en la Guerra de la Sexta Coalición, que terminó con la abdicación de Napoleón y con su exilio en Elba. El Tratado de 1814 de Fontainebleau entregó los ducados de Parma, Piacenza y Guastalla a la emperatriz María Luisa, que gobernó hasta su muerte.
María Luisa se casó dos veces morganáticamente después de la muerte de Napoleón en 1821. Su segundo marido fue el conde Aldan Albert Von Neipperg (1821), un escudero al que conoció en 1814. Ella y Neipperg tuvieron tres hijos. Después de la muerte de Neipperg, se casó con el conde Carlos René de Bombelles, su chambelán, en 1834. María Luisa murió en Parma en 1847 de pleuresía.
__Personajes de novela: María Luisa de Austria.
(F: Wikipedia)
LA ABUELA FRANCESA
LOS INMIGRANTES
LA LUCHA FEMENINA
EL AMOR
Ellos soñaban con un territorio lejano, próspero y contaban de él mil relatos fantásticos. Camaradas de ese mar, desafiaron las leyes tras recibir algún mensaje divino y pudieron vencer los obstáculos. Aquella mujer, una indomable guerrera de la vida, se instaló en la vivienda con una parcela de ochenta hectáreas que las compañías inglesas les entregaban junto con los víveres y arados, además de los bueyes y manceras, ya que debían pagar ese terreno con su faena.
Construyó fosas e hizo guardia de noche para defenderse de los ataques, al mismo tiempo cavó pozos y colocó cadenas que anunciaban la llegada de los nativos. La joven se casó con su primer esposo y tuvo seis hijos y cuando él murió, ella continuó con los animales y los sembrados que atestiguaban toda la abnegación de una dama solitaria en pie de guerra. Pagó sus tierras, compró más hectáreas y edificó una fábrica de queso con numerosos empleados; la producción era vendida después en la población vecina. Tiempo más tarde conoció a François que venía de los combates de Europa y le dio trabajo en su establecimiento.
Melanie fue una de las primeras fundadoras del pueblo, donó dinero para la construcción del templo y para los bancos de la Basílica “Nuestra Señora del Pilar” que llevaban su nombre en letras doradas y que actualmente se encuentran en la capilla del Colegio Católico “Niño Jesús de Praga”. Melanie y François se casaron y tuvieron tres hijos, pero al tiempo el francés murió con su opulento título de militar y su afán desmedido de contienda.
Ella, viuda dos veces, dio examen frente al Ser Supremo y partió en busca de la dicha perdida. Comenzó a viajar constantemente a Francia ya que amaba la tierra de Colette, aquella viejecita de nívea mirada, madre de François. Con los años acrecentó su capital y se convirtió en una mujer de carácter que fue un ejemplo de lucha para las generaciones futuras. Melanie, en la estancia, era una hacendada orgullosa de su patrimonio que había logrado ella sola con la furia de su genio, duro y varonil. Tuvo alegrías que compartió bajo la higuera donde se reunía con sus nietos que le decían Gra-Mamá. Sintió el cariño y la nostalgia, el desarraigo y la grandeza como vivencias auténticas; dio vida a otros con sus mismos ojos y con su valentía: seres libres en busca de legados, caballeros irrepetibles y campesinos buenos.