Me imagino que Felicitas en BUENAS Y SANTAS... usaba estos puños bordados tan románticos como era ella.
Los debía bordar en los días de costuras y labores junto a Remedios, la criada, hablando de sus amores prohibidos y del capataz Antonio, a quien las dos querían por igual.
Eran tiempos de pájaros alborotados, de palabras al viento y de órdenes de doña Emma que cumplía muy bien su papel de padre y de madre.
Y las guitarras en la noche...
Antonio, desde su rancho en la oscuridad, tocaba melodías que enamoraban a todos y luego, con su indiferencia acostumbrada, se hacía el desentendido. Era tan guapo que llegaba a molestar, pero también misterioso y solitario.
Su madre se llamaba Cruz y había muerto hacía tiempo. Los dos fueron recogidos por doña Emma y su esposo Emilio en una estación de tren.
La dueña de "La Candelaria" tenía tanto que ocultar que sus modales esquivos la delataban, y entonces buscaba huir de los interrogatorios. Añoraba un esposo que se había ido a contar estrellas demasiado pronto, aunque nunca lo quiso. Debía disimular, ser "buena gente" para los otros.
Este libro tiene ocultos los secretos de familia y suena repetitivo, pero no lo es tanto. Cada autor cuenta su historia como puede y con su estilo, capta ciertos detalles autobiográficos que son únicos y descubre la personalidad de quienes son artífices de las horas con su pluma especial.
Amo a Felicitas y he escrito una segunda parte.
Gracias a un lector de Australia que leyó el libro. No me dejó señales en Amazon, pero sé que lo terminó y eso me hace feliz. Es una forma de etiquetar su rastro, es una forma de amor...
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