La familia Brontë fue una familia dedicada a la literatura inglesa del siglo xix, cuya reputación, que se extiende a todos sus miembros, se debe principalmente al grupo formado por tres hermanas, poetas y novelistas, Charlotte (nacida el 21 de abril de 1816), Emily (nacida el 30 de julio de 1818) y Anne (nacida el 17 de enero de 1820).
En un principio publican poemas y novelas bajo seudónimos masculinos. Sus novelas atraen la atención de inmediato (y no siempre de forma positiva) por su originalidad y la pasión que manifiestan. Solo a Jane Eyre, de Charlotte, le reconocen un éxito inmediato. Pero Cumbres Borrascosas de Emily, luego La inquilina de Wildfell Hall de Anne y Villette de Charlotte, fueron admitidas más tarde como grandes obras de la literatura.
Las tres hermanas y su hermano Branwell desarrollaron su imaginación para escribir el conjunto de historias cada vez más y más complejas, estando en contacto con un padre muy educado. La confrontación con la muerte, primero de su madre, y luego de sus dos hermanas mayores, los marca profundamente e influye en sus obras.
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De las tres hermanas siempre me llamó más la atención Emily, será que leí Cumbres Borrascosas desde muy chica, y luego tuve que volver sobre la historia cuando cursaba el profesorado de Letras.
Lejos de ser tan sumisas como todos piensan, las hermanas Brontë tenían un carácter demasiado especial: algo rebeldes, no se quedaban con sus sueños anclados en un cajón sino que arremetían contra los obstáculos y prejuicios, sobre todo en una época donde tenían que firmar con nombre masculino para que pudieran leerlas.
Así fue como llegaron a publicar un libro de poemas que casi no se vendió, pero ellas continuaban en ese camino arduo, a pesar de vivir en un lugar devastador, aisladas de todo, asistiendo a colegios donde las maltrataban y propensas a contraer enfermedades.
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“Cumbres Borrascosas”, de Emily Brontë
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Emily era callada, pero su historia Cumbres Borrascosas es todo un torbellino de pasiones y de sentimientos intensos; quizá los que llevaba dentro, sus rebeliones, sus deseos, las ganas de salir a ver el mundo que le parecía oscuro, pero que igual valía la pena.
Ella se internaba por los páramos con sus mascotas a respirar el aire de los vientos huracanados sin pensar que podría caer enferma, y allí su imaginación dejaba al descubierto sus otros anhelos: la creación.
Para Emily, esos tristes páramos se convirtieron en parte de sí misma,
sólo allí pudo desplegar su imaginación, el talento escondido, la pasión.
Personajes extremos que iban desde el odio al amor sin medias tintas. Ella era como
algún árbol perdido en la
infinitud: amaba la soledad de Haworth, una localidad
perdida en el West Riding de Yorkshire que se
encontró con la fama de la escritora y de sus hermanas.
¿Cómo
conocía ella esos sentimientos?
Quizá,
los llevaba dentro como un secreto indisoluble y pudo expresarlos solamente a
través de sus palabras en su única historia.
Esta
biografía novelada tiene que ver con una autora principiante y con Charlotte
Brontë, porque ella sobrevivió y pudo gozar, al menos un poco, del éxito de sus
hermanas y de el de ella propio. Sin embargo, las tres son parte de la historia
de los grandes escritores de la época, referentes a la hora de escribir,
eternas jóvenes que lucharon y vivieron la risa y el llanto con fortaleza y
valentía.
Las
hermanas que querían amar y ser amadas.
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La casa tenía un cementerio detrás donde fue sepultada su madre.
Tristes momentos se reflejaban tras las ventanas en busca de un mensaje cuando sentían que faltaban los abrazos. Esa madre que tuvo que partir a destiempo les dejaba palabras no dichas desde la frialdad del hielo, cuando la nieve cubría los parajes. Tanto amor desolado, tanta necesidad de afecto que sólo era compensada por las palabras y por Tabby, la vieja criada.💛
−¿Y
Tabby?
−Fue nuestra criada por muchos años. Nos contaba relatos oscuros sobre Yorkshire. Ella era un ser especial, muy entrañable. Hubo una época que Tabby se enfermó y la tía Elizabeth quiso enviarla a su casa porque la consideraba de poca utilidad en la rectoría; entonces, nosotras como protesta hicimos una huelga de hambre porque queríamos cuidarla, estar junto a ella, de la misma manera que Tabby, con su amor, nos había atendido. Cuando yo escribía, la criada se paseaba a mi alrededor. Oía sus pasos, limpiaba una cosa y otra, horneaba tartas… La cocina, de piso de piedra de Elland, situada justo detrás del despacho de mi padre, era ocupada por nosotras para escribir, pero también Tabby picaba verduras, mientras en el horno de leña, la turba mantenía alejada la humedad.
−¿La
escritura era el sostén de sus vidas?
−Sí.
No pensábamos en otra cosa. Inventar historias y volcar nuestros sentimientos
en el papel. Ésa era nuestra razón de vivir, a manera de liberación, porque el
presente no nos ofrecía otra cosa. No conocíamos otra vida. Tampoco pensábamos
en ser famosas y en el reconocimiento. Escribíamos para ser felices, para
sentirnos abrigadas. La palabra sana y acompaña, es bálsamo, camino, luz,
gente, porque en un mundo abarcas todos.
−¿Eran
rebeldes?
−Un
poco. Mostrábamos perfiles auténticos de seres normales: mujeres que no
aceptaban las reglas impuestas, que se oponían a los mandatos de la sociedad
victoriana y frente a los maridos. El dolor de los otros nos llegaba profundamente
porque sabíamos mucho de eso y podíamos, a través de la escritura, atenuar los
sentimientos de desazón o comprender de cerca la pobreza, la mendicidad, el
amor inexistente y buscado, la muerte de una madre.
−Luchadoras
como nadie…