Tenía muchas, sobre todo de color rosado. Yo era niña cuando iba a aquella casa de duendes a visitarla y la veía siempre con su tejido y los anteojos en la punta de la nariz.
Después cocinaba dulce de ciruelas y guisos de lentejas; atendía a mi abuelo como una servidora de Dios.
--¿Quieres que te teja una pañoleta? --solía preguntarme y se refería a estas capitas o boleros.
--No gracias, abuela.
Ella vivía en sus tiempos y alejada de la realidad de los jóvenes. En su mundo de noche no había espacio para pensar en otra cosa que no fueran las tareas del hogar.
En la juventud vivía en el campo, y bajo una galería rodeada de guardianes y de gatos, ella tejía todo el día. También lloraba y nadie sabía el porqué.
Mi madre que pasaba en carro por delante de su casa levantando el polvo de los caminos decía:
--Allá está la señora tejiendo.
Con los años yo misma, en el auto, cuando iba a darle comida a mis gatos que habitaban en la vivienda de los peones me emocionaba al mirar la casa abandonada y casi destruida donde rieron y amaron tantas vidas.
Me parecía oír sus voces, las peleas de niños y sus juegos, ver a mi abuelo vestido de gaucho de las pampas argentinas y los caballos, las vacas, los tréboles y los zorzales... ¡tanto amor por la tierra!
💛💛💛💛💛
Hoy vi esta foto y recordé las famosas mañanitas.
Hermosa idea para tejer, hay tantas versiones y hasta con bordados y flecos, largos y cortos.
También de verano y de invierno.
Gracias a las abuelas que, con su amor, nos enseñaron a ser creativas, a amar a aquello hecho con nuestras manos y disfrutar de lo auténtico, de lo simple que es la felicidad.
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