HABLAR CON ELLA...
Aquel hombre se consideraba un extranjero.
Quería volver sobre sus pasos a habitar el país de la infancia, mirarse en ella: los juegos, el estío, los carnavales y las luciérnagas dormidas, la bicicleta naranja regalo de Papá Noel, los primos y el campo; la vida infinita que, desde su edad, se veía como un sendero sin fin.
Él quería regresar al vientre de los sueños. Ese día, más que nunca, lo necesitaba para poder sostenerse…
Recordaba las hebras de luz en las habitaciones cuando las penumbras acercaban los miedos. La vela se encendía milagrosamente entre sus manos, las de ella, para mitigar la angustia, y las voces eran bálsamos que acunaban a niños felices. Traían pan, comida, agua, cruzando la memoria de los días.
Él estaba solo y los luceros, afuera, se encendían como testimonios de un presente que no quería mirar.
−Cada uno vive su propia Navidad –decían muchos.
El hombre lo sabía y no le importaba, pero cuando llegaba la fecha la nostalgia se sentaba a la mesa y traía solamente recuerdos. Entonces, él se volvía egoísta y malhumorado porque no podía superar el vacío.
El silencio que rodeaba su cuerpo era su cruz.
Y se preguntaba:
¿Por qué no puedo hablar contigo, madre, ahora que tengo edad para estar huérfano?
CUENTOS DE NAVIDAD II