Este recuerdo lo escribí el año pasado; es inevitable para mí volver sobre estas palabras porque el día me trae aquellas voces y presencias que ya no están. Tantos reclamos, tantos preparativos... y las horas que no pasaban nunca. Hasta las veo saludar a las antiguas amigas del pueblo cuando se encontraban al pasar. Para ellas era una fiesta.
Yo renegaba, me aburría, las tenía que esperar todo el día para que limpiaran hasta las lágrimas del Cristo crucificado.
Hoy llueve y hay viento, parece invierno. Quiero imaginar qué hubiera pasado? Yo creo que hubieran desafiado al tiempo para estar presentes en el eterno descanso de quienes ya se habían ido a recorrer otro cielo más perfecto.
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1 y 2 de noviembre, Día de Todos los Santos y Día de los Muertos.
Tantos años... Mi madre en estos días iba con sus tías, ya mayores, y primas a limpiar los sepulcros, el panteón de la familia. Yo las llevaba en el auto porque el cementerio quedaba a unos kilómetros de la ciudad.
Llegaban con sus trastos a sacarle el polvo a los bronces y cruces, a los floreros que pesaban más que las penas, a los vitrales y a aquel Cristo en lo alto que las miraba desde las décadas con alguna lágrima infinita y eterna.
Ellas hablaban sin parar, y se quedaban horas interminables intentando descifrar los mensajes encubiertos del viento que se refugiaba entre las grietas para arruinar la limpieza de aquel santo lugar.
Las estatuas me miraban desde el tiempo con sus alas al cielo y yo les devolvía el gesto observando sus ojos. Me parecían tan humanos que les hubiera preguntado cómo se sentían en esa eternidad serena, ¿eran felices? Y el susurro de las palomas llenaba de frío mi alma, era un vacío cargado de una paz reveladora que me gustaba a medias.
Cuando el portón de rejas se movía, aquel lamento se parecía al llanto demorado de quienes querían volver a recorrer el tiempo que se les fue negado.
Yo me enojaba:
---Cuando ustedes ya no estén nadie vendrá a limpiar este lugar---les decía. Es que se quedaban todo el día. Las horas no pasaban y ese silencio era un solo grito.
Con los años, solamente las llevaba y luego las iba a buscar.
Para mí lo importante pasaba por otro lado: por la oración, una flor, un recuerdo... ¿Y aquel portarretratos? era la bisabuela Cristina; parecía tan viejecita y solamente tenía sesenta años.
El tiempo no detiene su vuelo, y hoy sólo me queda pensar que ellas ya no están y que nadie va a limpiar aquella casa habitada por sus propias almas.
"La muerte no es más que pasar de una habitación a otra". Hellen Keller.