Al
artista le gusta la soledad porque lo salva…
Sabe
cómo llegar a conquistar porque conoce el arte de la seducción. Puede ser bueno
o malo, pero el poder de “encantar”
tiene que ser innato.
Se
arriesga a que le escriban opiniones absurdas, irreales, crueles… Posee
“espalda” para soportarlo porque no puede hacer otra cosa. A los grandes
elogios los mira de costado, continúa… No quiere censuras pero las hay y
muchas.
Se
enfada con su amigo:
No seguimos ya el mismo
camino, no navegamos ya en la misma nave. Yo no busco el puerto, sino la alta
mar. Si naufrago, te eximo del duelo.
Mientras
tanto, en su torre de marfil, vive consagrado a su única religión y a su
política: el arte. Escribe metódica e incansablemente. Corrige, pule, cincela
su prosa, mide sus frases con rigor.
Se
sienta en su escritorio al caer la tarde, se levanta para la cena, vuelve a él
para después de la comida y sigue labrando su obra.
Dicen
que su ventana iluminada en la noche servía de faro para los marineros que
navegaban por el Sena. Escribe con pluma de ganso, que va mojando en un tintero
con forma de sapo.
Es
Gustave Flaubert, autor de “Madame Bobary”
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L.Fraix