LA ESCLAVA
Los
cuartos oscuros y fríos, las palomas en lo alto del techo guardaban sus nidos
para después, cuando pusieran los huevos otras palomas iguales y el ciclo de la
vida continuara como si nada pasara… En la palmera muchas de ellas conversaban
igual que viejas amigas. Aquella casona, que quedaba del otro lado de la
magnolia, parecía contar demasiadas historias de próceres inmaculados esgrimiendo
espadas y de doncellas con peinetas españolas.
“A
los pies de usted”.
Los
enrejados del frente parecían arabescos sagrados y el silencio se llevaba bien
con los moradores. Eran muy amables, pero parecían no pertenecer a esa
residencia austera y helada.
−-Ella
te quiere mucho -−le dijo Alicia a Nina.
−-Sí,
pero yo le tengo vergüenza.
−-¿Vergüenza?
¿Por qué? Tú eres una niña buena, linda, educada, estudiosa. ¿De qué tendrías
vergüenza? Que yo sepa no hiciste nada malo.
−-No.
Nina
sentía demasiado respeto por aquella casa y sus moradores. Le parecían irreales
como los personajes de sus cuentos, y muchas veces imaginaba tanto que su
cabeza parecía quedarse vacía.
“Es
mejor vacía que llena de miedos”
Es
que el castillo perturbador la invitaba a espiar por las ventanas y ver
fantasmas adolescentes o niños que no podían escapar porque estaban cautivos.
¿De quién? De ellos que parecían tan buenos y cordiales. Por eso Nina les tenía
tanto respeto.
Se
asomaba detrás de la magnolia y entrecerraba los ojos para escuchar los
murmullos de las palomas que la dejaban sorda porque eran miles y se
multiplicaban… El vecino les tiraba con una escopeta y el dueño se enojaba.
Discutían. Eran aves gitanas y sagradas para ellos. ¡Cuánto misterio! ¡Cuántos
relatos en libros escondidos y bibliotecas enteras buscando lectores!
Ella
siempre se sentaba en el parque; parecía princesa de cuentos: bella y
angelical, dulce y cariñosa.
−-¡Qué
niña más encantadora! -−le decía a Nina que desconfiaba, se retraía, se escondía…
¿En
qué época vivían? ¿Eran reales o no?
Nina
no dejaba de preguntar porque la intranquilizaba demasiado aquella situación:
los muros, el perfume de alguna flor que crecía entre la hierba, los murmullos…
Un
día, mientras estaba observando, vio barrer a una criada negra toda
vestida de blanco con un turbante como había visto en las películas antiguas.
“Una
esclava”, pensó y escapó para su casa. Nunca más volvió a vigilar la residencia
de al lado. Era historia pura y se hallaba escrita en los libros.
*