Hoy voy a compartir el té de los martes con la fidelidad.
En tiempos de escepticismo,
parece que la fidelidad no está de moda.
La historia de la lealtad de un perro hacia su amo
nos sirve para reflexionar sobre un valor que es necesario recuperar.
Podemos ser fieles a valores, ideales,
personas o a la palabra.
Somos fieles a todo aquello que encontramos genuino
y que representa algo del orden
de lo sagrado.
La fidelidad de la pareja es un fenómeno complejo y apasionante
que se degrada cuando queda limitado,
solamente al hecho de no tener relación con nadie más
que con la pareja.
Fidelidad al vínculo significa entrega y compromiso,
no sólo ausencia de terceros en la ecuación afectiva.
Implica tener en cuenta al otro y ofrecer lo mejor de uno mismo,
en clave de respeto recíproco.
Fidelidad es honrar esa afectividad con generosidad.
¿Alguien podría sentirse verdaderamente amado si el otro condiciona
ese "estar con", ese "estar en el otro"?
La persona fiel es la que sabe amar de un modo permanente
y duradero.
Los amigos, la mujer o el hombre que amo,
la familia, la tierra en la que he nacido, los frutos que me han alimentado,
el suelo que me ha enriquecido,
la patria, todos ellos son amores que piden fidelidad.
Y por qué yo les debo dar fidelidad?
Porque ellos me han dado todo lo que soy,
por ellos yo soy lo que soy. Mejor o peor.
No importa soy y por lo tanto valgo.
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Tenemos que ser fieles con nosotros mismos
y coherentes con nuestros pensamientos y acciones.
Pinturas de Auguste Cot
y Albert Lynch
En la franja que se forma entre el trópico de Cáncer y el Trópico de Capricornio, vive uno de los animales más leales a su "otra mitad": el hipocampo. En esas aguas, mayoritariamente cálidas, los caballitos de mar se pasean de a pares entre algas y corales. Siempre se mueven de a dos y no con cualquier otro ejemplar de su especie, sino con uno que eligen al comienzo de su vida como única pareja.
Cada mañana realizan una danza en conjunto como forma de confirmación de su amor por el otro. Cuando uno de los dos muere, el otro suele morir al poco tiempo por la incapacidad de vivir el resto de su vida en soledad. Un verdadero ejemplo de amor que se da, cada día, en las profundidades del océano.
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