“Ojalá Dios tenga piedad de sus almas porque en el sur no hubo misericordia. Hubiera querido ser Esteban Gómez a bordo del San Antón que pisó por primera vez las islas y haber muerto ya con el recuerdo de aquella hazaña.
No conocer al kelpers que me golpeó sin tener la culpa de la guerra. Esas miradas
eran feroces aun en el esfuerzo de mostrar la amabilidad inglesa a los intrusos que derribaban barreras para
modificar las costumbres de la taberna y el éxito con los dardos, el gusto por
la cerveza, la visión bucólica y la vida pastoril. Comentaban, en aquellos
tiempos, que la condesa Jeanne Becu Du Barry, que había reemplazado a la
Pompadour en el favoritismo de Luis XV, antes de ir a la guillotina, habría
confesado haber sido sobornada para convencer al rey sobre la conveniencia de
dejar las islas en manos de Inglaterra.”