“Cómo podría amar a ese hombre”, pensó cuando se le mezclaban atropelladamente las miradas de José y de Manolo, pobres de honor, demasiado simples. Ella creía que mejor sería acostarse a dormir una siesta eterna en vez de pensar en esas cuestiones frívolas. Su madre quería manejar su destino y eso la convertía en una persona rebelde e impotente pero sin nada que decir.
Manolo, quizá, no tenía ganas de cargar con ese jergón mísero de huesos que ni secretos guardaba porque estaba seco hasta la médula.
-Le doy mi palabra de caballero español que procuraré aliviar las penas de su hija, pero no estoy convencido de que acepte mi propuesta.
-Tú vístete de negro que ella te amará -le dijo Manuela con la mirada extraviada.
*
El silencioso grito de Manuela
Eternamente Manuela
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