Armandito heredaba toda la ropa de Facundo y la usaba sin decir una palabra porque era su ídolo, el hermano mayor que lo guiaba, como un padre que hasta podía retarlo cuando lo iba a buscar al colegio y él se entretenía jugando con los amiguitos.
El tiempo pasa en un vuelo y atrás quedaron las risas en aquella cocina con muebles de la abuela en color oscuro y sillas tapizadas con terciopelo verde. En las vitrinas, Sara guardaba las copitas y sólo las sacaba para cuando venía el tío Lorenzo y le servía licor de vainilla. El tío se tomaba dos o tres de una vez y rápido, mientras Armandito, parado a su lado, movía la cabeza cuando Lorenzo subía y bajaba el brazo.
Facundo se quedó con todo ese bagaje de secuencias que resumían un antes y un después de su vida. La guerra había dividido la película en dos partes y había dejado cenizas desde los dos lados. Quedaba poco por recoger y el hueco era enorme, pero había que construir sobre las ruinas con esperanza de hallar la paz definitiva.
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Fantasmas enmohecidos
ruedan
alrededor de amores viejos.
La luna antártica
cuenta las horas
para desabrigarse
del frío.
HELLEN, escribe...
Guerra de Malvinas
-1982-