En el milagro sacro de la tierra habitaba el perdón.
Su vida demasiado callada no se atrevía y sólo aparecían los grises cuando se le llenaban los ojos de agua. El cuerpo le pesaba como la cintura húmeda de las orillas y los campos de trigo se agrandaban en un oasis perfecto; necesitaba un verano para evaporarse, gota a gota, pasar las páginas de un almanaque viejo que valía dos monedas.
Susan no podía hablar, parecía condenada al mutismo eterno. Entre la última tardanza estaba la mano tendida del tío que la miraba dormido, con retazos de alivio y mensajes encubiertos...
...Las palabras eran brumosas, antiguas y reprimidas. Prefería olvidarlas y permanecía atrapada tras ese cerrojo que la tranquilizaba. No terminaba nunca de perderse. Todo era tan arduo. No quería complicarle la vida a nadie, pero el corazón se le soltaba fuera cuando pensaba en Alma. Ese fruto debía madurar feliz. Dios lo sabía desde lo alto o a su costado. Su corazón, un trozo de esperanza raída, le decía que la sabiduría de la sangre guardaba los latidos bajo un cielo perfecto.
Era noche, día, abrigo... Un sentimiento que transmitía paz entre sus alas de gorrión para llevarle sosiego. Un corazón que debía pulirse porque era imperfecto, lleno de huellas y gritos, triste y a veces vacío, pero vivo para buscar amor a los golpes, a ras de la tierra, con todos los naufragios y los credos, en los sótanos y elevada más allá del firmamento. (fragmento)
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La profundidad y excelencia con la que escribes es un don pocas veces visto. En un pequeño texto nos haces volar y adentrarnos de lleno en la historia y en la época en que ésta se sitúa. Se percibe el paisaje, los aromas, los sentimientos. En otras palabras, tus textos desbordan de esa extraña magia tuya que los hace maravilloso. Abrazos querida Luján.
Gracias Daniella Bossio (Uruguay)