Hellen, una dama de blanco, también lloraba por los caídos y por los despojados y despreciaba a los que mancharon las banderas por causas diversas. No le importaba quién tenía la razón porque quería vivir en paz con sus hijos. Rezaba apretadamente sus oraciones para que pronto terminara esa contienda que disfrazaba con máscaras el infinito escalando el viento. Pensaba en Facundo y su suerte; lo quería de regreso para oír su voz en medio de ese olor a isla ultrajada que la partía en dos.
Hellen Pusset era una víctima más de la desprotección de una guerra sin fin porque, aunque se fueran ya cansados de tanto pelear sin tregua, la batalla seguiría martillando hasta sangrar el corazón asustado. Uno de sus hijos se tapaba los oídos y lloraba, otro quería salir a hacer muñecos con la nieve. Eran niños inocentes y expuestos a la barbarie humana que, sin contemplaciones, les quitaba la infancia.
Ella imaginaba a Facundo hablando así…
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Amo a Hellen a través de mil dolores; aspiro a vivir dichoso al lado de ella. La senda es áspera, pero la suaviza la esperanza de que llegará a su término y el momento me devolverá sobradamente en alegría por todas las penas. La fe en el futuro mantiene vivos los pasos de este presente, pero nada es fácil. Todo llega y todo pasa…
Hellen, escribe...
Guerra de Malvinas.
-1982-