Charlotte |
−¿Y su carácter? ¿Tengo entendido que era demasiado austero?
-Muy inflexible, hipocondríaco y misántropo. Hablaba sobre el Apocalipsis y por eso estaba lleno de manías. Le daba mucho miedo el fuego. La rectoría no tenía alfombras ni cortinas y siempre había baldes de agua disponibles. Le gustaban las armas y llevaba unas pistolas cargadas que disparaba todas las mañanas contra la torre de la iglesia.
−¿La gente no le temía?
Más o menos porque nos amaba y era abierto, inteligente y generoso. Fue él quien se encargó de nuestra educación; nos compraba libros, juguetes, nos impulsaba a leer y a escribir, a soñar con un mundo mejor.
−Pero era excéntrico…
−Y sí, así podía ver la vida. Cada persona lleva un mundo dentro y hace de él su cueva, su refugio, el altar… Lo respeta y lo cuida como el bien más preciado porque es parte de su identidad, del ser mismo. Y no permite que lo invadan con asuntos triviales o ajenos.
−¿Y físicamente?
−Alto, guapo, pelirrojo, con ojos azules.
−Debió ser muy atractivo –comentó Sallie.
−El hecho de ser religioso y de escribir poemas y prosa didáctica lo convertía en un personaje peculiar que lo alejaba de la gente por su rectitud y autoritarismo. Yo lo recuerdo así, algo disperso. Pensando siempre en nuestro hermano varón Branwell. A él le daba dinero, lo poco que tenía para que pudiera estudiar. Nosotras, las mujeres, pasábamos por muchos estados de angustia y soledad, por el desamparo. Es que la mujer era relegada a último lugar.
−¡Qué injusto!
−No importaba ni importa lo justo. Entiendes por qué te explico lo del seudónimo. El varón es aceptado, la mujer no. No interesa si tiene talento o si se esfuerza demasiado. En esta época la mujer no vale nada.
−Pero todo va a cambiar…
−Esperemos que así sea por el bien de muchos, aunque yo no lo veré. Ahora regresa a tu casa. Por hoy es suficiente. Vuelve, si quieres, mañana. A la misma hora. ¿Te parece?
−Claro –respondió Sallie encantada.
Charlotte subió las escaleras y desapareció por los aposentos, por detrás de una enorme caja de roble cerca del alféizar de la ventana donde se hallaban apoyados varios libros polvorientos.
Emily |
−Y los sermones –murmuró la escritora principiante.
De haberlos escuchado se hubiera escapado para caer por esas ciénagas, esperando desaparecer lo más rápido posible. El ser humano tiene sus debilidades y Patrick era un hombre obsesivo, un clérigo irlandés, que se bebía sus propias oraciones con la solemnidad de los párrocos adustos.
¡Cuánta rigidez y formalidad!
Ser hijas de un clérigo significaba ir por un camino aciago, sobre todo si ese padre era pobre y arrastraba hondas preocupaciones sin futuro.
Patrick Brontë ya era una leyenda, pero Sallie lo traía para revivir cada gesto y para llevarlo a lo más alto.
La sabiduría del encuentro lleva mensajes y enseñanzas. Es belleza.