El canario piaba en la jaula saltando de lado a lado.
Parecía contento con su vida carcelaria.
Sin embargo, el niño observaba por la ventana a los pájaros del monte. Su canto era distinto: trasuntaba alegría. ¿Habría probado su canario la inmensidad del mundo? ¿Los bosques umbrosos donde anidaban sus congéneres en grandes y estridentes bandadas, sin barrotes, sin jaulas ni nada que coartara sus movimientos y libre albedrío?
-¿Y si lo libero para que se junte con ellos y sea una voz más de su envidiable trino?.
El canario se posó tímidamente en la puerta de su encierro.¡El también volaría en el infinito espacio! Saltó.
Pero sus alas atrofiadas apenas si le permitieron un vuelo torpe, corto y sin la grácil liviandad de sus hermanos.
El gato, que lo miraba atento, dio un salto en el aire que no alcanzó al pajarillo, más rozó sus plumas. Su enemigo estaba al acecho. Intentó otro aleteo pero, agitadísimo, volvió los ojos a su refugio. El pan y el agua estaban renovados y frescos. ¿Valdría la pena cambiar esa vida apoltronada y sedentaria por la inmensidad de los campos? La puerta quedó abierta, pero él prefirió la seguridad de los alambres.
Cuando el niño vino luego de visitarlo, lo encontró acurrucado y prisionero, por su propia voluntad, pero a su amigo le pareció muy triste.
¿Habría alcanzado a entrever en ese fugaz vuelo una vida de peligros aunque libérrima, por los montes, bajo soles y vientos, en esos campos inmensos donde todo era un canto inenarrable a la vida?
Más tarde el niño vino a comprobar si su canario se había animado a enfrentar la libertad. Al principio se alegró de no verlo y creyó que había escapado, pero al acercarse lo vio tirado en el piso de la jaula.
El canario había muerto de tristeza.
OSMAR J. PALLERO
Del libro
"RÉQUIEM PARA UN ESPANTAPÁJAROS"