Por su casa desfilaban personajes que nunca había visto; seguramente, eran amigos de Roberto. Entre ellos estaba Dolores disfrutando de esa reunión de jóvenes como si tuviera la misma edad. Todo resultaba ser desprolijo porque, a pesar del bullicio, la escena parecía sombría. En el banco del jardín había una mujer de mediana edad, de cabello rubio, muy delicada, que tomaba una taza de té. Salvador se inquietó por aquella aparición. Se distrajo un momento para mirar hacia la calle porque escuchó un ruido y cuando volvió la vista ella había desaparecido.
Al rato, pensó que no estaba seguro de haber visto a aquella mujer pero una rara sensación le hizo sentir deseos de conocerla, sin advertir que la banqueta en la que supuestamente estuvo sentada no existía.
Él era un hombre de honor, una persona íntegra, que sabía cómo debía conducirse en la vida. Demasiados consejos, lo habían obligado a ir por el camino recto, el sendero más seguro; sin embargo, todos se confabulaban contra él y, ahora como si todo no fuera demasiado, la mujer virgen, la mujer fantasma, era su sombra.
Los gatos del campanario
No te duermas...