Rosaura tenía un triciclo deslucido que había heredado de alguien. Por las noches se paseaba por la vereda de ladrillos, sola en la oscuridad, y se detenía a mirar el cielo.
La Cruz del Sur parecía suspendida sobre los campos. Magdalena le había contado, con sueños de evangelización, que cada una de las estrellas que brillaban era una persona que había fallecido, que se hallaban en una especie de faja de luz blanca y difusa que atravesaba casi toda la esfera celeste, de norte a sur, y que nos miraban, tal vez, con los ojos vidriosos y el alma carente de afecto. Eran astros con vida que sentían el peso del llanto en la vastedad del tiempo.
Querida Rosaura
¿Cuánto dura el amor?
La eternidad.