A los tres años, solía ser caprichosa y rebelde
porque mi mamá era muy sobreprotectora.
Era hija única.
Me vestían como muñeca con encajes, moños, carteritas, anillos y pulseras.
Mi madrina era muy refinada y me llenaba de regalos costosos;
a mis padres no les sobraba el dinero,
pero dejaban que ella me diera esos obsequios
porque no había tenido niñas
y eso la hacía muy feliz.
Me gustaban mucho los gatos
pero también las muñecas: chiquitas,
grandes, rubias, morenas...
La primera, que me regaló mi papá, era de misma estatura;
la última era negra.
Fue la que más amé.
La primera, que me regaló mi papá, era de misma estatura;
la última era negra.
Fue la que más amé.
En esas almas de ojos azules
estaba viva mi soledad de infante, los abrazos,
los diálogos, el futuro desierto de presencias,
el amor de todos y de nadie.
L.Fraix