Manuela entendía bien que no podía correr contra el tiempo.
Lo esencial eran los afectos, el día a día, los abrazos... Sin embargo, parecía tener visiones antagónicas y se dispersaba por esos laberintos que la vida no le cuestionaba. Nadie comprendía qué sentía dentro del alma cuando las bendecidas noches la acorralaban para pedirle que rece un rosario entero.
¿Qué era lo que sabía y no podía contar?
El silencioso GRITO de Manuela