Pedro se fue para el Fuerte y la noche asomó entre los sauces. Había perfumes en la calidez de las calles que aguardaban la vida para arremeter con la paz. El pueblo dormía, igual que las aves, para levantarse con los gallos mañaneros. Nada era tan vasto como los sentimientos que no mentían y que podían ser uno frente a la verdad de los ojos.
Aluen, la india, huérfana, sufrida, aquella que quería morir... hoy era una mujer muy hermosa e inteligente, obra del padre Hilario, que podía seducir a cualquier hombre y que llevaba la sangre nativa con recelo porque ellos le habían hecho sentir el rigor de la venganza y del resentimiento. Aluen no quería volver a ser aquella niña asustada que obedecía y a quien obligaban a odiar. Necesitaba resucitar de ese letargo para reinventarse y jugar a ocupar un lugar de señorita de pueblo como muchas, como todas.
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LA COLONIZACIÓN DE LA PATAGONIA ARGENTINA
LOS INDIOS TEHUELCHES
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