La bruja Maruja se paseaba por el torreón con hollín y humedad; no sabía si ardía o ya estaba quemado. Sus hermanas cosían un sombrero de alas anchas con un cordoncillo de seda vegetal y reían, como brujas que eran, en medio de la alegría propia de sus malos pensamientos. Algunas otras envolvían pañuelos con esencias de jazmines, violetas y leche para mantener la piel blanca.
Maruja estaba vieja y se la veía muy fea con su lunar de espinas en esa cara seca como piel de lija.
Afuera, entre los arbustos, laureles y habas, volaban los caballitos del diablo con sus alas transparentes en busca de dulces para saciar sus cuerpecitos delgados, mientras una lechuza de plumaje muy suave, pico corto y encorvado y ojos brillantes, observaba los movimientos sobre el tronco. Atrás, a unos pasos, unos veinte búhos más esperaban alguna presa porque era la hora del almuerzo.
Maruja miró por la ventanita y vio que los campesinos del lugar se habían llevado las vacas. Se puso furiosa y comenzó a gritar…; luego se fue hacia los establos de los vecinos y revolvió los colchones de paja donde el ganado solía dormir.
Más tarde, recorrió los campos en su escobilla con una cuerda en las manos que servía para cazar conejos y perdices, pero, en definitiva, nada le importaba porque su alimento preferido no estaba a su alcance. No había burras ni cabras ni vacas…
Las hermanas se peleaban por las pulseras de Turmalina negra que tenían guardadas en un jarro fenicio de la abuela Tripatina. Eran regalos que Maruja recibió el día de su nacimiento y que ahora su familia, cumplida una edad determinada, podía lucir en un acontecimiento significativo.
A Maruja no le importaba que se llevaran sus joyas pues para ella y seguramente para todas sus hermanas lo valioso era el alimento diario. Las ollas de la cocina estaban vacías y con olor a una mezcla rara de leche, miel y huevos crudos.
El espejo le devolvió a Maruja la imagen del dolor porque le mostró su acostumbrado rostro de pergamino con un mechón de pelo colgante como los que tienen las cabras en la mandíbula inferior.
-¡No… es el embrujo, la falta de líquido…!- gritó.
Corrió a buscar una cuchilla, iba a darse un tajo en medio de la mejilla cuando escuchó la voz de la abuela Tripatina:
-No manches tu fama, deja que el hechizo pase, pero debes ser rápida para encontrar el néctar sino llevarás esa barba por el resto de tu vida. Recuerda que el abuelo Hipócrito la bebía con hidromiel: bebida hecha a base de miel y agua de lluvia que dejaba fermentar.
Maruja tapó su cara con un velo; se colocó un casco de escamas córneas y se fue a comunicarle a sus hermanas le decisión que había tomado. Rápidamente, todas se olvidaron de la fiesta de duquesas y tomaron sus escobillas para ir detrás de la manada.
Desde las alturas, emitían voces tristes y prolongadas: eran sus aullidos de reinas. Aquellos ángeles arrojados al abismo las habían abandonado y ahora morirían de sed en algún prado desierto.
De repente, Diatomea, una de las más jóvenes, avisó que entre los durazneros, detrás de la casa de Druppi el campesino más egoísta, estaban los durmientes…
Las ninfas de los bosques se preocuparon, pero no alcanzaron a avisar al dueño porque las brujitas descendieron como insectos zumbadores. La abeja machiega, hembra de los zánganos, les ordenó que se sirvieran su comida y de inmediato ella lo hizo para borrar las huellas del hechizo.
De nada le sirvieron a Druppi sus conjuros y amuletos.
Las brujas, como único requisito que debían cumplir, tomaron la leche directamente desde las vacas que estaban descansando.
Los animales no las vieron y jamás se dieron cuenta de…
---LOS DUENDES DE LA CASA DULCE
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------------------Pasión por Los hermanos Grimm, El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, Han Christian Andersen, Mark Twain, Perrault.