Louise Héland casi una solterona, resentida y amarga, se acercó despacio a aquel bulto de ropa. Lo tocó y apenas tembló… Miró a un lado y a otro para asegurarse de que no la estuvieran observando. Era un niño olvidado. Se quedó turbada.
No sabía qué hacer; en un primer momento intentó huir pero luego pensó que alguien superior le había dejado un mensaje y así lo interpretó. Levantó al niño con un gesto de extenuación y casi sin oír los murmullos escapó como si fuera una ladrona. Pisaba tierra firme arrebatada por la idea febril de que el destino había hecho justicia y la había premiado por todos los males que había padecido.
Tenía la ingenuidad de un infante y la confianza de un guerrero. Sus ojos hundidos brillaban y el cuerpo frágil flotaba dentro de la túnica de lino. Su rostro, surcado por profundas arrugas, parecía contraído por un deseo inconfesable o por una eterna tristeza.
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Louise era una mujer sin suerte que vivía de prestado en la pensión de Delfina, un anciana que no le permitía un desliz y a la que le debía demasiado dinero. Luise solía enfrentarla con sus arrebatos que enojaban mucho a la anciana señora y que luego, después de tanto reclamos, la abandonaba para irse a descansar de todos sus dolores físicos. Es que Louise era muy rebelde y contradictoria y con sus ocurrencias terminaba haciendo lo que quería...
LICIA. Hermana mía (Participó en el premio Literario de amazon 2020)
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