Emilio regresó de la guerra, sin piernas pero congratulado. No recordaba bien los lugares donde había sido feliz. Se sentía otro. Aparecían en su memoria imágenes que se desdibujaban por el silencio de su enorme casa. ¿Dónde estaban todos?
Necesitaba hablar con su tía Roberta. ¿Por qué no había venido a recibirlo?
En aquel archipiélago de cuatro paredes, miró las armas de su abuelo. No tenía coraje. Siempre había sido un inmaduro, pero la guerra lo había golpeado tanto que había crecido de golpe y sentía frío en el alma. La injusticia, las batallas estériles, el hermano que no pudo rescatar... Todo en una película lo consumía a tal punto de dejarlo a medias, entre la realidad y la ficción.
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