Felicitas, una adolescente, sentía la custodia de su madre, la dueña de la estancia La Candelaria.
Doña Emma era una mujer demasiado autoritaria que no reparaba en los sentimientos y en las emociones, sólo daba órdenes. Pensaba que lo sabía todo. Guardaba secretos inconfesables.
Felicitas se aburría en aquella estancia argentina y solía escapar, a escondidas de su madre, en su caballo mientras Antonio, el capataz, la miraba entre los surcos arados con la esperanza de amarla. No sabía que no podía... Así se lo hizo saber un día doña Emma.
"El amor no entiende razones", pensó Antonio y se refugio en su rancho de peón a esperar un milagro.
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