INTRODUCCIÓN
“Ni Dios mismo podría hundir este barco” se jactó un tripulante del Titanic, propiedad de la línea naviera White Star. Ese opulento transatlántico era el más grande del mundo. El 10 de abril de 1912, ante la expectación de miles de personas alrededor del mundo, el gigantesco barco zarpó rumbo a Nueva York desde Southampton, Inglaterra. Algunos tripulantes eran muy ricos y otros eran inmigrantes que viajaban en tercera clase. Todos confiaban en que el viaje por el turbulento Atlántico Norte no sería difícil. Con sus compartimientos herméticos, el notable buque era el reflejo de las más avanzadas técnicas de ingeniería. Con comodidades sibaritas como baños turcos, amplias terrazas con palmeras, alta cocina y la mejor orquesta flotante, el Titanic era virtualmente un mundo aparte, majestuoso, al parecer indiferente al bamboleo del viento y de las olas.
El 15 de abril, dos balsas desarmables y quince botes salvavidas estaban dispersos entre los icebergs de las gélidas aguas del Atlántico. Casi congelados, exhaustos y conmocionados, los sobrevivientes fueron la frágil prueba de la existencia del Titanic, que tan dramáticamente se había hundido en la noche. En esa gran superficie, cientos de cuerpos casi irreconocibles flotaban… Un observador los describió como gaviotas entre las olas. Había muchas mujeres que en la muerte se aferraban a los bebés.
El primer barco “a prueba de hundimientos” desapareció horas después de chocar con el ancestral enemigo de los marinos incautos: el implacable iceberg.
R.D
Departamento Editorial de Libros
-1912-
Un naufragio
El baúl de perlas
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