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Channel: Luján Fraix
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Buenas y Santas... Los hijos olvidados (Cap 4 La desaparición de Felicitas 1era parte)

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4-LA DESAPARICIÓN DE FELICITAS

 


SANTA FE DE LA VERA CRUZ
RAMILLETE DE HOJARASCA


Una noche, plagada de estrellas, Felicitas escuchó el sonido de una guitarra y eso le desató la nostalgia. Agazapada, desde lejos, vio unas manos ágiles que ejecutaban el instrumento. Las mismas que muchas veces había mirado domesticando el hierro. Allí, oculta entre las matas, se quedó hasta que el canto de los pájaros reemplazó el croar de las ranas.

Al otro día, fue a hablar con Antonio a las caballerizas. Había olor a orégano, a plantas de azafrán y mostaza. Él se levantó al verla llegar; estaba sentado sobre el tronco de un árbol centenario con la vista fija en el horizonte. A un lado, el instrumento.
‒Hola.
‒¿Cómo le va, niña? ¿Qué hace tan temprano por acá?
‒Ayer, desde la ventana de mi habitación, escuché cómo tocabas la guitarra. Te felicito.
‒Gracias, mi madre me enseñó… Ella falleció cuando yo era muy niño. Casi no recuerdo las notas musicales.
‒¿Tu madre se llamaba Cruz?
‒Así es…
‒Dime…‒dijo Felicitas con curiosidad mientras caminaba alrededor de Antonio‒¿Tú has puesto los ojos en alguna criada de la estancia?
‒¡No!
‒Bueno… no te asustes porque no tiene nada de malo.
‒Es que no es cierto‒contestó Antonio nervioso como si le hubieran dado un latigazo imprevisto por la espalda.
‒Remedios siempre habla de ti.
‒Ella es una mujer muy buena pero yo no quiero entrar en líos de faldas. Estoy bien solo.
‒Vamos, Antonio. ¿Por qué no me cuentas a quién quieres?‒le volvió a decir Felicitas.



El capataz se dirigió a la bomba para beber un vaso de agua. En ese momento pasaron unos jinetes riéndose por la calle grande junto a la tranquera. Ambos se quedaron mirando qué dirección tomaban aquellos desconocidos.
‒¡Prepara mi caballo!‒dijo, de repente, Felicitas.
‒¿Dónde va a ir a estas horas? Doña Emma va a poner el grito en el cielo si no la encuentra. Yo no quiero tener problemas.
‒¡Tú, obedece!
Una nube de polvo y hojas secas la envolvió y salió a todo galope. Sus enaguas blancas de encajes venecianos volaban con el aire fronterizo dejando ver sus piernas. Antonio se quedó observando aquella escena como quien ve algo sagrado. Felicitas iba cubierta con un poncho de Castilla y tenía un chambergo calado.

Raúl, el hijo de don Simón, abandonó la máquina de labrar la tierra que estaba reparando. Una fuerza superior controlaba sus actos porque lo movía una poderosa necesidad de llegar lo más pronto al encuentro. Aquella imagen angélica con los huesos finos y su piel de durazno lo guiaba ciegamente. Arribó justo a tiempo para descubrirla en medio del campo; no sabía para qué pero estaba fascinado. Él era un hombre necesitado de amor. Felicitas lo vio venir hacia ella; se sentía feliz por primera vez en la vida porque creía ser libre.

El pelo le caía hasta la cintura e irradiaba una luminosa energía interior. Era una mujer bella que podía enamorar a cualquier hombre. La simpleza de su rostro y la perfección del cuerpo virginal contrastaban con los pensamientos apasionados de Raúl.
‒Hola‒le dijo él asombrado por la extraña visita.
‒Me he escapado‒contestó Felicitas mientras se sacudía la tierra de los caminos que se le había colado por sus botas.


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