Felicitas, hija menor de doña Emma, era una adolescente rebelde en épocas donde había que cuidar las apariencias.
No le gustaba el campo, pero tampoco conocía la gran ciudad. Su entorno la aburría: escuchar los sermones de su madre, ayudar a Remedios con las tareas domésticas, ir a misa... Solía escapar con su caballo y no volvía hasta la noche porque se quedaba junto al río donde su abuelo tenía la costumbre de rezar.
Su madre, autoritaria como pocas, quería que se case con un hacendado del lugar. Era costumbre acomodar los matrimonios de acuerdo al roce social y al dinero, pero Felicitas prefería huir detrás del capataz de la estancia cuando lo escuchaba tocar la guitarra en las noches de verano.
Ella no podía acercarse a él, estaba prohibido... Doña Emma guardaba secretos y la obligaba a ser cómplice de sus errores.
El día del casamiento llegaba pero... por mandato de su madre partieron para Francia.
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