Gregory Frank Harris |
Sus hijas tomaban el té con bizcochos de bananas y una querelle de dulce de leche y crema, sentadas bajo el espinillo o "aromo del perdón". Se reunían con las amigas en las tardes de sol; de allí miraban a los hombres que cruzaban las avenidas en las galeras. Ellas pensaban que la juventud sería eterna y que nadie les quitaría la notoriedad ni el dinero, pero también entendían, muy en el fondo, que estaban cada vez más solas. De todas maneras, vivían el presente con la parsimonia de un viejecito que ya ha cumplido con la vida. Imperfectas como los días, ellas no tenían olor a pueblo.
-¡Por favor!-se escuchó un grito que venía desde la sala de las visitas.
Querida Rosaura. ¿Cuánto dura el amor? La eternidad