La mujer pedía justicia y libertad en aquellos ojos grises. Se notaba, por su aspecto refinado, que no pertenecía a las familias de trabajadores que iban en busca de oportunidades a Nueva York. ¿Qué hacía allí?
El hombre, tosco y malhumorado, la obligaba a permanecer a su lado con ese disfraz de herrumbre que delataba su falta de modales. Ella quería huir. Rebeca la había visto en el comedor de primera clase al principio de la travesía. Aquel era su lugar; sin embargo, permanecía presa y enlutada por la miseria de algún comprador de sueños. De esos hombres que quieren con tanta intensidad como también quitan y abandonan, los que no respetan el amor que juraron defender, los que se olvidan de los derechos, los que roban las ganas de vivir desangrando cuerpos y mentes...
Amelie era una pequeña víctima de la insolencia y de la desesperación de una madre frente a ese mar como bandera, una madre que iba y venía por el barco sin identidad propia y que estaba decidida a todo por escapar de ese hombre sin escrúpulos.
Entre el sueño y la vigilia, los confines de la vida.
(fragmento de novela inédita)
Pintura de Christian Schloe