Rosaura se arrodillaba al lado de la cama de su madre y rezaba un rosario entero junto a ella. LLevaba la Virgen de Luján en su pecho y parecía una misionera entregada a los oficios religiosos. Magdalena tomaba su mano y no la soltaba hasta que terminaba la siesta. Rosaura, arrodillada, muerta de cansancio, apoyaba su cabeza en el colchón y cerraba los ojos. Estaba dispuesta a dejar la vida, el presente y el futuro, porque todo sin la presencia de su mamá carecía de valor. No quería pensar en ella misma porque no lo sentía; Magdalena era lo primero y lo último en su pobre existencia. Cuando la tarde se inclinaba hacia la pampa, una alfombra besaba la pena y seguía negando la libertad.